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Dicen que los ojos son el espejo del alma y Jorge Gómez, fotógrafo de profesión, lo descubrió hace unos meses gracias a un cliente que visitó su estudio ubicado en Iparragirre, en el centro de Leioa. «Me trajo una instantánea de un iris que le habían hecho en Europa. Nunca lo había visto antes y me dejó alucinado», explica. La belleza de la obra le llamó tanto la atención que decidió transformar su tradicional establecimiento de fotos en un espacio donde los vecinos también pudiesen descubrir los secretos que esconden sus ojos. Los retratos tienen tanta precisión que logran reflejar los nervios, las manchas e incluso colores que a simple vista son imposibles de reconocer. «No hay ninguno igual. Hay gente que se sorprende cuando le muestras el derecho y el izquierdo y ven lo distintos que son. Al final es un trabajo único y exclusivo adaptado a la persona», narra este leiotarra.
No es una técnica fácil. «¡Me ha llevado sudor y lágrimas, pero era un reto que debía superar!», cuenta. Con la ayuda de un artista armenio, Marat Monte, quien lleva más de siete años sumergido en esta clase de fotografía, empezó a investigar cómo se hacía, qué pasos debía dar para convertirse en un experto. Compró una máquina específica para desarrollar el trabajo, estudió la parte de edición y con la ayuda de su familia, consiguió poco a poco «cogerle el tranquillo».«¡He tenido a mi mujer y a mi hija locas!», confiesa.
La experiencia comienza sentándose frente a un artefacto que recuerda al que utilizan los oftalmólogos para obtener la graduación de un paciente, aunque según Gómez, «ni los médicos llegan a ver al detalle cómo es el iris». Mirando sobre un punto fijo de la cámara inmóvil, Jorge coloca la luz con precisión y comienza a disparar con el pie gracias a un pulsador que tiene en el suelo. Matiza que el ojo debe estar «bien abierto con la pupila lo menos dilatada posible». En cuestión de segundos el resultado es mágico. Algunos ojos evocan al mar, otros a cráteres e incluso en algunos casos se pueden divisar una figura parecida a las flores. «Descubres que los que aparentemente son verdes, en la foto no lo son. Aparecen nervios amarillos y azules, pero nada parecido a lo que la vista humana puede ver», detalla.
Asegura que es una técnica que «engancha», a pesar de ser «muy complicada» y que se «tiró a la piscina sin saber muy bien si iba a haber mercado». «En un mundo en el que todo está inventado es muy difícil acertar», añade.
Pero aunque solo hay dos o tres establecimientos a nivel nacional que se dediquen a este tipo de arte, Gómez ha descubierto que son numerosos los leiotarras que se han acercado a su tienda, 'Iris Art Bilbao', por interés. «Hay algunos que entran y me preguntan a ver qué es, porque a simple vista no se imaginan que sea un iris, y se animan, y otros en cambio, que vienen directamente a hacérselo porque ya lo han visto en alguna otra parte», puntualiza.
Sin embargo, lo que más le ha llamado la atención a este experto en fotografía es que haya consumidores que le pidan una instantánea por temas médicos. «Es algo que no me esperaba, pero me comentaron que gracias a la claridad con la que se ven los nervios se puede estudiar las enfermedades de los ojos», añade.
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